El cine asiático vive un periodo de obsesión con las familias y los premios. Está claro. Las últimas dos Palma de Oro que se dieron en Cannes fueron para películas hechas en Asia: en 2018 fue para la japonesa Un asunto de familia (Hirokazu Koreeda), una obra maestra que reflexiona acerca de los límites de lo que consideramos familiar o ajeno; y en 2019 se premió a la aclamada, y también ganadora de varios premios Oscar, Parásitos (Bong Joon-Ho), filme coreano sobre una familia pobre que logra infiltrarse laboralmente alrededor del seno familiar de unos ricos.
Este año pisa fuerte en el ámbito de las premiaciones otra joya del continente de moda, ahora desde Taiwán. Se llama El sol que abrasa (Chung Mong-Hong) y se trata de los intentos de una familia por ser “una familia feliz” (les dije, hay obsesión por el tema) bajo los parámetros convencionales. Están el papá, la mamá y dos hijos jóvenes, uno de los cuales es bueno, muy bueno, y el otro es un desastre que se involucra en una red criminal. Sobra que hable del reparto, porque igual no sabrán a quiénes me refiero.
No hubo festival de Cannes por culpa del virus, pero los Oscar que están programados en abril de este 2021, proyectan a la cinta de Mong-Hong como su favorita para llevarse la estatuilla de las películas extranjeras. Y no es para menos, las más de dos horas y media de este drama contemporáneo que puedes ver en Netflix nos llevan por diversos caminos narrativos, a través de intentos familiares por enderezar “árboles que crecieron torcidos”, o por darse cuenta que torcidos funcionan mejor.
Como siempre, las historias con padres buenos dan ternura, pero en El sol que abrasa, hasta los que se portan mal desean que el mundo fuera de otra forma. Un mensaje, si se quiere ver así, más que atinado en tiempos de pandemia.