En un escenario donde lo primitivo y lo contemporáneo chocan, La niña en el altar no es solo una reinterpretación del mito de Ifigenia: es un grito silencioso que resuena en el México de hoy.

Everardo Arzate nos habla de este proyecto que lo ha llevado a confrontar no solo a Egisto, su personaje marcado por el peso del patriarcado, sino también las cicatrices de un país que lucha contra la violencia y la desmemoria.

Con la maestría de quien sabe que cada función podría ser la última, Arzate desgrana cómo el teatro se convierte en resistencia, cómo un mito griego del siglo V a.C. ilumina los feminicidios del 2025, y por qué trabajar junto a figuras como Marina de Tavira o Enrique Singer es un recordatorio de que el arte, incluso en su fugacidad, perdura.

Esta entrevista es un viaje por las entrañas de un actor que, entre plataformas de Disney+ y escenarios universitarios, sigue creyendo que una obra puede cambiar, al menos por una noche, el mundo.

Eres egresado de la Casa del Teatro y del Centro de Formación Teatral San Cayetano, con más de 50 producciones en teatro. ¿Cómo influyó tu formación en proyectos como La niña en el altar, donde se fusionan tragedia clásica y temas contemporáneos?

¿Cómo influyó mi formación en proyectos como La niña en el altar? Bueno, Marina de Tavira y yo somos compañeros de escuela; de hecho, esta es nuestra tercera obra de teatro juntos. Quise participar en esta obra desde que Enrique Singer me invitó a formar parte del elenco, a lo cual no podía decir que no, pues admiro mucho todo lo que hace Incidente Teatro, productora de Enrique Singer, Marina de Tavira y Daniela Parra. Por eso he visto la mayoría de sus montajes a lo largo de estos 12 o 15 años. Trabajar con Marina siempre es un deleite.

Has trabajado con directores como Luis Valdés en Zoot Suit y José Caballero en El rey Lear. ¿Qué herramientas de esos montajes aplicaste en esta obra dirigida por Enrique Singer?

Requiere enfrentar a los personajes con cabalidad y, sobre todo, darles molde. Eso es lo principal en una tragedia. Es difícil decir si tuve algo que hacer en relación con los personajes que he interpretado o la experiencia que uno va acumulando; pero creo que cada proyecto es nuevo y te sientes tan inocente como si fuera tu primera obra en la vida.

Es algo tan incierto que, en mi caso, me siento como en la primera lectura: muy nervioso, no sabes cómo resolver. A veces siento que investigo por un lado y por otro, luego me equivoco y termino consultando con mi director.

Es un proceso de búsqueda en cada montaje, que no siempre depende de que tengas mucha experiencia o no, y eso es lo fascinante y maravilloso de enfrentarte a proyectos como este. Empiezas desde cero, confiando en tu intuición, en lo que has trabajado en cada ensayo, cada lectura y, sobre todo, en lo que vayas investigando en relación con todo el contexto de la obra.

La obra reinterpreta el mito de Ifigenia y critica el patriarcado. ¿Cómo abordaste tu personaje para reflejar estos conflictos, especialmente en un contexto donde Clitemnestra (Marina de Tavira) busca venganza por el sacrificio de su hija?

Creo que la obra no critica el patriarcado, y según lo ha dicho la autora de la dramaturgia, tampoco busca ser feminista, sino humanista. Clitemnestra no busca la venganza, sino la justicia, y eso es lo interesante de cómo está narrada y escrita la obra.

Tanto en Eurípides como en Esquilo, Agamenón, al regresar de la guerra de Troya, es asesinado por Clitemnestra. Ahí se abre un paréntesis en el tiempo que nos permite ver, y eso es lo interesante de esta obra, qué sucedió en esta pareja y en este triángulo entre Agamenón, Clitemnestra y Egisto, el personaje que interpreto.

Los personajes masculinos no están bien librados. Lo que me dio mucho para investigar fue el pasado de Egisto: su forma de actuar, la cual en el mito mismo viene de una cadena de sucesos que arrastra desde la masculinidad de sus padres, sus abuelos e hijos. Es decir, cómo se ha transmitido este machismo de generación en generación y cómo han intentado librarse de él.

Es casi como Edipo: abandonado por sus padres en un rebaño de ovejas y, después, recuperado. Hasta el propio padre hace que se vengue de su hermano. Así que Egisto tiene un pasado atroz y sanguinario entre familias, del cual no pueden librarse de esta condena que llevan en la sangre. Eso los hace personajes trágicos que no pueden rebelarse contra su destino.

En escena, debaten entre el deseo de salvarse y romper con la tiranía injusta de los dioses, pero finalmente tienen que sucumbir ante las redes del destino. Es una situación de la que jamás logran escapar.

Enrique Singer menciona que el montaje fusiona “un mundo primitivo con conflictos actuales”. ¿Cómo se tradujo esto en la dinámica actoral junto a figuras como Alberto Estrella y Marina de Tavira?

Fue un trabajo muy amoroso, muy sutil y guiado magistralmente por el maestro Enrique Singer, con toda la experiencia para abordar esta tragedia. Creo que también debes tener un lado muy amoroso para cuidar a tus actores: que puedan leer, guiarse y formar un equipo sólido. Al final, estás tratando con el corazón de los actores, que van a contener en este mundo a estos personajes. La dirección nos llevó a buen puerto, desde la manera de equivocarnos, retomar el camino y confiar en nosotros mismos. Repetir, ensayar… fue algo maravilloso. Le agradezco mucho a Enrique.

Everardo Arzate

La escenografía y el diseño sonoro son clave en la atmósfera de la obra. ¿Cómo interactuaste con elementos como las plataformas de Víctor Zapatero o la música de Edwin Tovar para construir tu actuación?

Fue maravilloso porque todos los creativos estuvieron presentes en casi todos los ensayos. Es fantástico que a todos nos importe hacia dónde vamos. Con Víctor Zapatero, por ejemplo, hace 25 años me tocó hacer su primera escenografía cuando él era iluminador. Ahora, verlo diseñar escenografía e iluminación fue extraordinario.

Con Edwin, trabajamos juntos en la Compañía Nacional de Teatro. Su calidad y trabajo nos permitieron crear y elaborar durante los ensayos. Llegó el momento del estreno: entras al teatro y tienes que vencer ese espacio. Pero ya lo teníamos en la mente porque, desde el tercer día, sabíamos dónde estaríamos parados.

Ensayamos en plataformas similares en la UNAM o en la Casa del Lago para dimensionar la escenografía. Edwin siempre estaba ahí, trabajando con nosotros, y eso nos dio la medida exacta de la obra.

Has participado en series como Somos. (Netflix) y Pancho Villa (Disney+), además de teatro. ¿Qué desafíos implica alternar entre medios, especialmente al preparar un personaje para escena frente a uno para pantalla?

El teatro siempre ha sido muy generoso conmigo. Siempre está ahí cuando lo necesito, ofreciéndome el proyecto idóneo que mi corazón busca. Así surgió La niña en el altar: un proyecto que me invitaron hace dos años y que, por azares del destino, se concretó hasta este inicio del 2025.

"Fue maravilloso porque era el momento en que necesitaba volver a mi trabajo como actor, a cultivar dentro de mí para seguir creando. Trabajar frente a la cámara te da algo, pero volver a las tablas es un lenguaje distinto, más orgánico. En teatro tienes tiempo para crear personajes; en pantalla, el ritmo es otro. La niña en el altar fue, justamente, ese regreso a un trabajo profundo y maravilloso"

En Campeona sin corona (Alan Coton) y El mundo en que nací (Alejandro Zuno), interpretas roles muy distintos. ¿Cómo seleccionas proyectos que equilibren tu pasión por el teatro con tu trabajo en audiovisuales?

Soy parte de este equipo de actores que ojalá pudiera elegir personajes a voluntad. La verdad, mi carrera ha sido una mezcla de suerte y generosidad de los proyectos. A veces, el actor previo no pudo aceptar un papel, y ahí entré yo. Soy afortunado: aunque en ocasiones no quedaba para protagónicos o antagonistas, terminaba aceptando roles menores por trabajar con algún director. Luego, por azares del destino, el protagónico volvía a mi camino. Así conocí a directores que después me llamaron para sus óperas primas o nuevas películas. Son regalos maravillosos que la vida me ha dado. No cambiaría esta trayectoria impredecible por nada.

Marina Carr, la dramaturga irlandesa de La niña en el altar, reformula el mito desde una perspectiva feminista. ¿Cómo dialogaste con este enfoque junto al elenco y el director?

Creo que Marina Carr quiso escribir una obra feminista, como ella misma ha dicho en entrevistas. Sin embargo, coincido en que es, ante todo, una obra humana. Ningún personaje sale bien librado: ni Clitemnestra, quien se da cuenta de su anclaje al patriarcado al encumbrar a los hombres, olvidando a las mujeres de su reino.

"No hay santos aquí, solo seres glorificados por sus actos contradictorios. Eso la hace poderosa. Durante los ensayos, descubríamos capas de estos conflictos, pero nunca como un panfleto feminista. Es un espejo de nuestra humanidad rota"

En una entrevista previa, mencionaste que la pandemia te enseñó «la insignificancia» y la importancia de lo humano. ¿Cómo influyó esta reflexión en tu interpretación para esta obra, que aborda temas como la guerra y la injusticia?

La pandemia me recordó lo efímero de la vida. En esos años, perdí a alguien cercano y viví la incertidumbre de proyectos cancelados. Ahora, el teatro refuerza esa lección: cada función es un instante único. Por eso vivo cada actuación como si fuera la última. Soy intenso en escena porque abrazo esa finitud.

"Esta obra, con sus temas de guerra e injusticia, me exige conectar con lo esencial: la fragilidad humana. Como espectadores o actores, el teatro nos obliga a mirar de frente nuestra temporalidad. Y eso, hoy más que nunca, es un regalo"

Además de actuar, has mencionado tu interés en escribir un libro sobre las memorias de tu padre. ¿Cómo convive este proyecto con tu carrera actoral, y qué aprendizajes de La niña en el altar aplicarías en él?

Aclaro: no son memorias de mi padre, sino un proyecto que abarca el entorno familiar transmitido por generaciones. Sigo trabajando en ello, y lo que he aprendido, no solo en este montaje, sino en los últimos años, es cómo reinterpretar historias de hace 50, 80 o más de 100 años.

La pregunta es: ¿cómo contar una visión totalmente machista de aquella época para que interese a las nuevas generaciones? Eso es lo crucial: darle una vuelta a estas historias, plasmarlas con honestidad, y que algún día resuenen en quienes buscan entender nuestro pasado sin repetirlo.

Everardo Arzate

Con una trayectoria tan diversa, ¿qué mensaje te gustaría que el público llevara tras ver La niña en el altar, especialmente en un México con altos índices de violencia contra mujeres y niños?

"El teatro necesita al público. En nuestro país, es un arte en resistencia: cada vez más difícil de sostener, pero aquí seguimos creyendo que puede cambiar algo en este mundo"

Si el espectador elige vernos, es porque La niña en el altar ya corrió de boca en boca, porque alguien se llevó algo en el alma. Al salir de la función, somos conscientes de la violencia que vivimos, de los desaparecidos, de los más indefensos. Pero es magistral cómo, a través de un mito clásico sobre el origen de la humanidad, el teatro nos habla del México de 2025. Siglos después, seguimos repitiendo patrones, y eso solo el arte puede mostrarlo. Mi mensaje es simple: acompáñennos, déjense conmover por esta obra.

Sigue a Everardo en Instagram: everardoarzate

La niña en el altar
Jueves, viernes y sábado 19:00 horas; domingo 18:00 horas
Edad recomendada: 15+
Duración aproximada: 140 minutos
Entrada $150
Teatro El Galeón, Abraham Oceransky
Paseo de la Reforma y Campo Marte S/N, Ciudad de México

 

Fotografías cortesía de Everardo Arzate.

PR: yconik | Arturo Calleja

Texto: bavidbavid