La obra de Érica Camacho es un homenaje artístico a toda forma viviente, es decir, a través de sus piezas celebra los contornos, siluetas y tonos, desde frágiles manifestaciones microscópicas hasta impactantes ejemplares de plantas y animales.
Si bien, su vida ha estado determinada por el contacto y la convivencia directa con una enorme variedad de especies, tanto domésticas como salvajes. Ese amor por la naturaleza, esa cercanía con el entorno animal, esa fusión con su hábitat, esa estrechez con sus hábitos y ese cuidado, aprecio y respeto por lo vivo se expresan en sus esculturas, pinturas y arte objeto.
Érica es una conocedora de los colores, tonalidades, reflejos y efectos ópticos que distinguen a cada espécimen. Camacho es una estudiosa de los aspectos estéticos de sus cuerpos y extremidades. También es una admiradora de los patrones y relieves de sus pieles y plumajes. Asimismo, se deleita con los mecanismos que tienen para camuflarse y comportarse según los estímulos exteriores.
En definitiva, más que una naturalista, Érica Camacho es una exploradora de la belleza latente y oculta de las creaturas animadas y seres vegetales; de sus maravillosas texturas, extrañas miradas, ágiles movimientos, sonidos únicos, rasgos distintivos y curiosas anatomías. Es mujer ave, mujer felina, mujer equina, entre tantas más.
Sin duda, su instinto animal percibe y emula un arte orgánico, ya sea figurativo o abstracto, y sensorial, pues imita figuras y composiciones del mundo natural; las combina y mezcla para regresarlas, aún más bellas, a un estado silvestre.