Francisco Toledo:
Fotografía propiedad de Forbes México

Tras la muerte de Francisco Toledo el pasado 5 de septiembre, en Ambiance hemos recuperado fragmentos de un artículo de 2013 en el que, más que una entrevista, el maestro juchiteco nos compartió sus proyectos en aquel entonces.

Nosotros queríamos saber más sobre su trabajo, y en ese encuentro únicamente alcanzamos a preguntarle que andaba haciendo. “Me la paso pintando un poco”, respondió con su particular sentido del humor.

Parte de ese año lo había dedicado a ilustrar textos en zapoteco y español que había escrito su hija Natalia:

“Para que la gente que habla zapoteco tenga algo para leer. No sé, van a olvidar, están olvidando y no están transmitiendo. Hay una crisis; pero de todos modos nosotros estamos tratando. Hay un fenómeno que hace que desaparezca una lengua; pero no está por demás hacer una cosa para que quienes aún la hablan tengan algo para leerla”

En aquella ocasión también nos contó cómo el vidrio, la herrería y los papalotes, lo mantenían “ocupado en términos artísticos”. Por esos días había concluido el diseño y elaboración de las rejas del Antiguo Callejón de San Pablo, justo las que están del lado del Museo Textil.

“Hay toda una tradición oaxaqueña respecto a la herrería y tenemos la disponibilidad”, señaló Toledo, y después aclaró que este no era un tema ajeno para él.

“Vengo de Juchitán, un pueblo de joyeros. Mi padre tenía compadres plateros y siempre me llamó la atención. En una época, alrededor de los sesentas, empecé a hacer joyería en Juchitán; pero en esos tiempos era muy difícil vender y no teníamos para invertir”

Esta curiosidad también se dio en la elaboración del papel, y que al final devino en uno de sus últimos grandes trabajos: los papalotes.

*“Básicamente, los papalotes son nuestro caballito de batalla, con eso se mantiene el taller. La idea es vender un producto barato, algo para que los niños pudieran jugar, que lo rompieran; pero al final, terminan colgados en una sala”*

El otro legado
Toledo está en museos, galerías y colecciones privadas de todo el mundo; pero su obra y legado también se quedaron en Oaxaca y otras partes de México.

Prácticamente todas las instituciones culturales de la región recibieron algún tipo de apoyo del pintor, especialmente la biblioteca del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO).

Su principal preocupación entonces era el futuro de estos recintos educativos y culturales:

¿Qué hacer cuando creas una institución y te mueres, es decir, cuando ya no estás disponible para atenderla? Continúa el trabajo con los amigos y familiares; pero es necesario garantizar su existencia (…) hay que hacer fundaciones, hay que hacer convenios con gobierno para que siga el financiamiento” Y nos dio el ejemplo con el IAGO:

“Las instituciones tienen su arraigo y, por ejemplo, la biblioteca tiene ya 25 años. Éstas pueden seguir funcionando en el mismo esquema que han trabajado (…) sin director formal, pero siempre con un grupo especializado”.

Su labor para mejorar las condiciones sociales y ambientales es la otra gran aportación de Francisco Toledo. En esa charla, con su mirada franca y su camisa arrugada, el maestro subrayó que el trabajo fuera de los talleres era algo necesario para todos los artistas; sin embargo, lamentó que estos proyectos no estuvieran en la mira de sus colegas, ni del gobierno en turno: “Parece que el ejemplo no cunde”, sentenció antes de invitarnos a dar otro recorrido por su taller.